16 de octubre de 2023

Un modo de recuperación de la doctrina jurídica: a propósito de la digitalización de la Colección Ruggeri Parra

Antonio Silva Aranguren

Director Ejecutivo del Centro para la Integración y Derecho Público, CIDEP

En días pasados el Instituto de Derecho Público de la Universidad Central de Venezuela hizo la presentación formal de la Colección Pablo Ruggeri Parra, que contó con el auspicio del Centro para la Integración y el Derecho Público (CIDEP). Se preparan otras colecciones, en algunos casos el proceso está bastante avanzado, pero desafortunadamente este trabajo es más lento de lo que desearíamos. Las causas de esa demora tienen que ver principalmente con la dificultad de acceso al material original (no siempre han perdurado suficientes ejemplares), pero, sobre todo, porque en ocasiones el que se tiene no se encuentra en el estado idóneo para la digitalización, por lo general por haber sido mutilados, rayados o tener anotaciones. Esos libros vividos, llamémoslos así, pueden ser reveladores del interés del lector, pero no sirven a estos efectos. Se quiere ofrecer archivos nítidos y que con el auxilio de herramientas tecnológicas puedan trabajarse con facilidad y aprovecharse el máximo. Hemos tenido para ello la suerte de recibir apoyos, como el de la Biblioteca Central de la Universidad Central de Venezuela, la Biblioteca Andrés Aguilar Mawdsley de la Academia de Ciencias Políticas y Sociales y el CECOFI.

Si hubiera que exponer razones para crear estas colecciones bibliográficas, supongo que bastaría afirmar que es para llevar a nuevos lectores la obra de quienes dedicaron tiempo al estudio y a la escritura y dejaron de estar con nosotros. Sabemos que son  muy variadas las motivaciones para escribir. Mencionaré dos muy citadas. Una de García Márquez: “¿qué porque escribo? Pues simplemente para que mis amigos me quieran un poquito más”. En 1992 se publicó un libro en su homenaje que lleva justo en su título la frase “Para que mis amigos me quieran más”. La otra cita es de Flaubert: “escribir es una manera especial de vivir”. Se trata de una afirmación que aparece en su famosa correspondencia, esas casi 5 mil cartas que le sobrevivieron y cuyos textos enteros o en extractos han sido objeto de numerosos análisis. Vargas Llosa, apasionado de Flaubert al punto de dedicarle parte de su reciente discurso de ingreso a la Academia Francesa, suele tomar esas palabras cuando le preguntan por qué escribe. Aunque para Flaubert esa manera especial de vivir implica la escritura como proceso y no necesariamente como resultado, entendiendo acá como resultado el último de todos, el de la edición. 

La edición es la parte de ese proceso que a nosotros acá sí nos interesa. Brewer-Carías, en la presentación de su libro Derecho Administrativo. Escritos de Juventud, en el que reúne sus primeros textos, dice que “los manuscritos (…) son siempre el resultado de horas, días, semanas, meses, años, lustros o décadas de trabajo personal; esfuerzo, que en mi criterio (…), particularmente en el mundo de las ciencias sociales, si no se divulga, quedaría perdido, configurándose además como una muestra de egoísmo imperdonable”. Es verdad que acepta “la decisión personal de muchos creadores de no divulgar lo que escriben”,  pero da una suerte de consejo: “si un profesor e investigador (…) decide que su trabajo (…) quede inédito, quizás lo que ha de hacer es destruirlo, pues lo que queda escrito, escrito está, y en algún momento aparecerá”. Destruirlo, dice, y la historia de las letras demuestra que no exagera. Kafka es tal vez el caso más conocido, pero la publicación de textos póstumos que el autor quiso ocultar es antigua. Tan antigua como que podemos desplazarnos antes de Cristo hasta el poeta Virgilio, a quien el mismísimo emperador Augusto desoyó e hizo publicar la Eneida. Más cercano tenemos a Nabokov, cuyo hijo tampoco atendió la petición paterna y sintió que su deber filial era el contrario: entregar a los lectores lo que su padre estimaba que no debía llegar a ellos. La advertencia de Brewer tiene entonces mucho sentido.

Para nuestra tranquilidad en estas colecciones manejamos obras que conocieron la imprenta y lo que hacemos es rescatarlas y ponerlas a disposición de un púbico mayor, potencialmente ilimitado. Citaré a Gustavo Urdaneta en un breve texto publicado en el Blog de Derecho y Sociedad, hablando de otro de los proyectos llevados con CIDEP, la colección llamada Memoriales, que recoge la legislación de determinadas materias desde su primera regulación hasta la más reciente. Dice: “el Instituto ha estimado esencial ofrecer a los estudiosos del Derecho venezolano fuentes de consulta que faciliten la investigación. La búsqueda de material es de por sí un placer para el investigador y lo es más aún el hallazgo, sobre todo de piezas o información desconocidas. Existe un aura romántica alrededor de esta labor”, pero “ese romanticismo no debe apartarnos (…) de una realidad: la investigación científica debe optimizarse”, y para ello estima relevante la digitalización y su incorporación en bibliotecas virtuales. 

En cierto modo nos hacemos así participes del programa Memoria del Mundo de la UNESCO, iniciado en 1992 con el objeto -cito de su web oficial- de “prevenir la amnesia colectiva, convocando así a preservar los valiosos fondos de archivos y colecciones de bibliotecas en el mundo entero y garantizar su amplia difusión. La visión del Programa es que el patrimonio documental del mundo pertenece a todos, debe preservarse y protegerse plenamente para todos y (…) debe ser accesible a todos de manera permanente y sin obstáculos”. “El patrimonio documental –prosigue la web- es un legado de la humanidad, a través del cual podemos mirar hacia atrás en el pasado, enriquecer nuestras vidas presentes y mirar hacia el futuro con la audacia forjada por nuestros recuerdos perdurables”. “Es por ello que todos debemos permanecer atentos para salvaguardar nuestro patrimonio común (…) y transmitirlo a la próxima generación”. 

Memoria es quizá la palabra que más se repite al referirse a este tipo de colecciones, pero la memoria no es solo la preservación de un pasado petrificado. Si bien los textos que acá presentamos son facsímiles, y por tanto lo que leeremos es lo mismo que salió de la imprenta durante la vida de Ruggeri Parra, quizá no lo haremos cómo el autor los escribió, sino con nuestra mente de hoy. Tener la posibilidad de leer textos académicos de cierta antigüedad, que se dirige al centenario en este caso, es estudiar las nociones que en ellos se explican con expresiones que probablemente ya no usemos y hasta ignoremos. Porque todo libro, incluso sin ser viejo, nos habla de un tiempo que dejó existir y lo hace de un modo que puede sernos extraño, pero aun así el lector puede recrearlo con naturalidad. La memoria es un viaje hacia adelante. Quizá por eso la reina blanca de A través del espejo, la continuación de Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll, dice algo que en principio luce desconcertante, pero que tiene sentido: “es un tipo de memoria muy pobre la que solo funciona hacia atrás”.

A veces uno puede preguntarse por la utilidad de proyectos como estos, en los que tal vez los lectores sean pocos, como seguramente fueron pocos en su momento, considerando que se trata de textos académicos especializados. Pero al final eso ocurre con todo. El reciente 11 de septiembre se cumplió un año de la muerte de Javier Marías y un artículo de Alberto Olmos titulado Javier Marías y el arte de ser olvidado destaca que la posteridad, para los escritores, consiste en contar con el reducido número de personas “para los que escribían, reencarnadas generación a generación”. En las décadas de 1940 y 1950, en las que publicó, Ruggeri Parra tuvo sus lectores. Y a esos lectores los sustituyeron otros que nacieron luego, y a esos unos nacidos mucho después, que serán sustituidos por unos que aún ni siquiera han nacido. Para todos ellos está dedicada esta colección y las que le seguirán.

El artículo que acabo de referir alude al arte de ser olvidados, y no sobra tener presente que en efecto estamos destinados a ser olvidados, antes o después. Digo esto con el temor de hacerlo en el espacio y momento inadecuados, porque estábamos reunidos para hablar de la persona y obra de un jurista que, precisamente, rescatamos para no olvidar, pero el olvido es siempre nuestro destino final. Sin embargo, sí se puede retrasar, incluso se puede retrasar siglos  -sobran las pruebas- cuando aparece la palabra escrita. Aprovecharé que Héctor Abad Faciolince publicó una magnífica novela con un título envidiable,  El olvido que seremos, en la que narra la vida de su padre, asesinado. Nos dice: “es posible que todo esto no sirva de nada, ninguna palabra podrá resucitarlo”, pero “uso su misma arma: las palabras, ¿para qué? (…) para alargar su recuerdo un poco más, antes de que llegue el olvido definitivo”. Ese fue su propósito como hijo que es a la vez escritor, y es el propósito de todos estos esfuerzos de recuperación editorial. Esperamos pronto ofrecer una nueva colección.

 

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